En el marco del programa de actividades del Foro Universitario Synthêsis, ha tenido lugar un nuevo Seminario con el título “Reflexiones sobre el humanismo cristiano”. La ponente ha sido la Dra. Guadalupe Codes Belda, profesora de Derecho Eclesiástico de la Facultad de Derecho de la UCO.
A partir de la corriente filosófica surgida en los siglos XV y XVI y conocida como “humanismo cristiano”, la Dra. Codes ha estructurado su Ponencia analizando cinco aspectos:
1) La concreción del humanismo cristiano en la recuperación del legado clásico a la luz del Evangelio. Desde este punto de partida cobra sentido el antropocentrismo propio del Renacimiento: el hombre es grande porque Dios se hizo hombre.
2) Se puede hablar de un humanismo cristiano en sentido amplio, constituido por la corriente filosófica surgida durante el Quattrocento y el Cinquecento, y de un humanismo cristiano en sentido estricto, que se condensa en la obra de Juan Pablo II, en la que se contiene la mejor antropología cristiana.
3) No todo humanismo es cristiano; la práctica de la virtud no es patrimonio exclusivo de la religión cristiana. Existe un humanismo condensado en Grecia y en Roma y que se remonta a la civilización occidental del siglo V a. C. En todo caso, el humanismo entendido en su sentido pleno, como análisis profundo de la persona, ha de tener un fundamento y una culminación que se sitúen más allá del individuo, en la idea de Trascendencia ya presente en Grecia.
4) Ha habido, sin embargo, quien ha planteado lo que De Lubac denomina “humanismos ateos”, a partir de los cuales se situará a la persona tan en el centro de todo que el resultado será la construcción de una suerte de “antropoteísmo”. Buenos ejemplos serían los de Nietzsche, Comte o el propio Marx; de este último llama la atención el hecho de que, habiendo hecho gala de su ateísmo militante, haya intentado establecer semejanzas con la propia teología que pretendía reemplazar, tal y como nos muestra Steiner en su Nostalgia del Absoluto.
5) Por lo que se refiere a la virtualidad práctica o materialización del humanismo cristiano, se han distinguido dos ámbitos: a) La incorporación o asunción intelectual: la verdadera utilidad del humanismo cristiano en el ámbito intelectual es la relación existente entre la inteligencia, la educación (no la mera instrucción) y la bondad. La persona que nunca se siente acabada está constantemente empeñada en mejorarse a sí misma y en hacer lo propio con los demás. Estamos ante el “conócete, acéptate, supérate” de San Agustín y ante la necesaria transmisión del conocimiento a la que ya se refirió Séneca en sus Cartas a Lucilio. Formación permanente, por tanto, con la responsabilidad de compartirla con los demás. b) Reflejo social del humanismo cristiano: puede tener o no una orientación religiosa. Ejemplo de lo segundo podría ser el Movimiento Internacional de la Cruz Roja; y ejemplo contemporáneo de lo primero lo sería, sin duda, la Madre Teresa de Calcuta”. En definitiva, caridad cristiana y humanitarismo que, en las sociedades secularizadas del siglo XIX intentarán ser suplantados por la filantropía y, en el siglo XX, por la solidaridad; dos conceptos desde los que se defenderá que no sólo la religión nos puede proporcionar un sistema axiológico que nos conduzca a ayudar a los demás, sino que ello también es posible desde las cosmovisiones profanas.
Si se asume la necesaria primacía de la conciencia de cada persona, no se debe olvidar, sin embargo, que los valores basados en la trascendencia pueden chocar con el relativismo propio de los sistemas democráticos. Quizá la solución pueda encontrarse en no reducir el debate a términos de “humanismo cristiano/humanismo ateo”, para así poder encontrar puntos de convergencia con aquellas personas que tienen una idea de la Trascendencia similar a la cristiana, o incluso con lo que se podría denominar el “humanismo agnóstico no beligerante”. En este contexto habría que situar la creencia en valores absolutos de naturaleza universal, como el de la dignidad humana, con independencia de las creencias religiosas, o no religiosas, de cada uno. Este concepto de dignidad, apuntado ya en la famosa obra colectiva de la década de los 50 Hacia un nuevo humanismo, nos podría proporcionar una idea bastante similar del hombre. Los valores absolutos que provienen de esa dignidad son los derechos humanos, que constituyen la humanización del Derecho internacional y por cuyo reconocimiento han luchado no pocos juristas cristianos.
Las aportaciones a la Ponencia estuvieron centradas en analizar las figuras de Hugo de Groot y Tomás Moro, como modelos de humanistas cristianos. El primero de ellos fue un eminente jurista, considerado como uno de los iniciadores del derecho internacional público. Groot defendió la existencia y la necesidad del derecho natural, poniendo las bases de un iusnaturalismo racionalista, que promovió la emancipación del Derecho respecto de la teología. Dejó tras de sí una gran obra científica y cultural, llena de sentido común y humanismo, y también grandes e ilustres amigos con independencia de su credo o de su fortuna.
Tomás Moro, también excelente jurista, fue un genuino representante de un humanismo cristiano insertado en el Renacimiento. Defensor de la libertad de las conciencias, fue un hombre de Dios en medio del mundo y que hizo de toda su existencia una lucha constante para ser fiel a sus creencias. Dotado de un gran sentido práctico, se esforzó para que su universo espiritual formara parte de su vida cotidiana. Erasmo de Rótterdam decía que su amigo Tomás Moro era el hombre que había sido “creado para la amistad”. Moro fue un auténtico adelantado en relación con la familia y la igualdad y la dignidad de la mujer. No hizo ninguna diferenciación entre la educación de su hijo y las de sus tres hijas: todos fueron instruidos por igual en lenguas clásicas, filosofía y teología. Hizo de su hogar una academia platónica con fundamentos cristianos.
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